- "Bien, ya he asignado las tareas. Solo espero que la tripulación cumpla con cada uno de los requisitos mientras me tomo un breve paseo de descanso por la ciudad. ¡Ah! ¡Qué bien se siente pisar tierra!".
El almirante caminó un buen rato por entre las callecitas angostas y antiguas. Las lajas evidenciaban años de silente espera viendo a los niños crecer y observando a los transeúntes, la mayoría de ellos turistas o marinos que iban y venían por varias horas o durante una rápida y agitada noche; luego el alba regresaba las pisadas a sus barcos y la tranquilidad volvía a rodearlas... hasta el próximo barco.
Muy limpio y salado era el aire que le pegaba en el rostro. Olía a pan horneado. El "tac, tac" de los pasos y el murmullo de las señoras conversando en las puertas de sus casas, risas; para el almirante era muy agradable sentir la aldea después de siete meses rodeado de las mismas caras, del mismo e infinito azul por arriba y por debajo, hacia el horizonte, a cualquier lado.
- "Déjeme oler esas flores señora" -y se acercó sin esperar respuesta- "¡Ahhh, flores!" ¿Era posible olvidar los olores de la infancia? No, ni siquiera después de tantos años.
Los pájaros volaban a sus nidos, era hora de volver. Nos esperaba una larga travesía hasta el próximo puerto, sin embargo, estas escapadas de tranquilidad eran la mejor medicina para su espíritu. "Por hoy tengo bastante..." e inhaló profundamente el verde del prado. "Ojalá que ningún oficial quiera leer la bitácora esta noche; sería difícil explicar mis escritos" pensó mientras entraba al barco.
"¡Piiiiiiiiii!". Rugió la máquina y se encendió una luz roja. "Shhhhhhiiiiissss", se abrió la compuerta y dos técnicos entraron corriendo. "¿Qué ocurre?" preguntó la voz del capitán a través del auricular.
- "Nada señor. Se detectó actividad cerebral en la zona 0007-1D del área Z-34 señor. Un ajuste en el controlador..."
- "Repárelo inmediatamente", ordenó la voz con acento metálico.
El técnico se apresuró a revisar los niveles. "Lote Z-34 para trabajo en fábricas. Actividad cerebral espontánea cero". Eso era. Por alguna razón la computadora del fabricador de cyborgs había desconocido la orden.
- "Corregido señor" informó el técnico a su superior.
- "Otro desperfecto y será cancelado. La producción debe completarse en dos horas. Cambio y fuera".
Tenía razón. No había cabida para errores en ese lote. Se le encargó fabricar 2.500 cyborgs desechables altamente efectivos para Auxilit-4, cualquier resto de recuerdos humanos bajaba la capacidad productiva de los elementos encargados. Tecleó unos dígitos y la luz roja se apagó. "...Ni que fueran humanos" pensó el técnico, "por suerte, los que quedan están en el herbario".
"Shhhhiiiissss", la compuerta cerraba. Todo vuelve a ser normal en la jornada de trabajo.
Caracas, 1999.
El almirante caminó un buen rato por entre las callecitas angostas y antiguas. Las lajas evidenciaban años de silente espera viendo a los niños crecer y observando a los transeúntes, la mayoría de ellos turistas o marinos que iban y venían por varias horas o durante una rápida y agitada noche; luego el alba regresaba las pisadas a sus barcos y la tranquilidad volvía a rodearlas... hasta el próximo barco.
Muy limpio y salado era el aire que le pegaba en el rostro. Olía a pan horneado. El "tac, tac" de los pasos y el murmullo de las señoras conversando en las puertas de sus casas, risas; para el almirante era muy agradable sentir la aldea después de siete meses rodeado de las mismas caras, del mismo e infinito azul por arriba y por debajo, hacia el horizonte, a cualquier lado.
- "Déjeme oler esas flores señora" -y se acercó sin esperar respuesta- "¡Ahhh, flores!" ¿Era posible olvidar los olores de la infancia? No, ni siquiera después de tantos años.
Los pájaros volaban a sus nidos, era hora de volver. Nos esperaba una larga travesía hasta el próximo puerto, sin embargo, estas escapadas de tranquilidad eran la mejor medicina para su espíritu. "Por hoy tengo bastante..." e inhaló profundamente el verde del prado. "Ojalá que ningún oficial quiera leer la bitácora esta noche; sería difícil explicar mis escritos" pensó mientras entraba al barco.
"¡Piiiiiiiiii!". Rugió la máquina y se encendió una luz roja. "Shhhhhhiiiiissss", se abrió la compuerta y dos técnicos entraron corriendo. "¿Qué ocurre?" preguntó la voz del capitán a través del auricular.
- "Nada señor. Se detectó actividad cerebral en la zona 0007-1D del área Z-34 señor. Un ajuste en el controlador..."
- "Repárelo inmediatamente", ordenó la voz con acento metálico.
El técnico se apresuró a revisar los niveles. "Lote Z-34 para trabajo en fábricas. Actividad cerebral espontánea cero". Eso era. Por alguna razón la computadora del fabricador de cyborgs había desconocido la orden.
- "Corregido señor" informó el técnico a su superior.
- "Otro desperfecto y será cancelado. La producción debe completarse en dos horas. Cambio y fuera".
Tenía razón. No había cabida para errores en ese lote. Se le encargó fabricar 2.500 cyborgs desechables altamente efectivos para Auxilit-4, cualquier resto de recuerdos humanos bajaba la capacidad productiva de los elementos encargados. Tecleó unos dígitos y la luz roja se apagó. "...Ni que fueran humanos" pensó el técnico, "por suerte, los que quedan están en el herbario".
"Shhhhiiiissss", la compuerta cerraba. Todo vuelve a ser normal en la jornada de trabajo.
Caracas, 1999.
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