I
¿Por qué será a las personas les aterra tanto la idea de morirse?
¿Será acaso, porque son tan engreídos que creen que su ausencia en este mundo será una gran pérdida...? ¿O será porque son tan materialistas que les duele dejar sus pertenencias para que otros las disfruten?
- "¿Qué haces, Rafael?" -interrupción brusca del silencio. El eco regresa con cansancio las palabras-.
- "Escribo" -y siguió garabateando letras en el aire, como si nadie le estuviese hablando-.
- "¿Qué escribes con tanto interés?" -volvió a preguntar con sequedad la observadora y la brisa se replegó en dos frente a sus palabras. Estaba curiosa, aunque aparentase no importarle... en realidad, parecía que solo preguntaba para matar un par de segundos-.
Rafael no contestó. Casi ni se acordaba qué le consultaban, sin embargo, reaccionó como si un chispazo de claridad repentina le iluminara la vista tras años de ceguera. Su interlocutora se acercó con disimulo. Él apenas alzó su cabeza unos centímetros por encima del horizonte. La visitante caminó en círculos, rodeándolo mientras lo observaba, curiosa, silente, esperando.
- "Reflexiono sobre la vida. De su significado y de lo tontos que somos al preocuparnos por lo que pasará después" -respondió finalmente y siguió con sus ideas-. Le importaba poco aquella conversación.
- "¡Ja!" -y el rictus de la observadora dibujó emoción soberbia-. Rió con ironía.
- "¿Lo que vendrá después de qué, Rafael? ¿Del día, de la mañana, del cumpleaños de tu hijo? Lo que vendrá no existe."
- "No. Al contrario" -dijo contundente-, pero mantuvo el mismo tono despreocupado que había utilizado a lo largo de la charla. Respiró. "Lo que vendrá después de ti, amiga", y retomó su postura.
II
Y La Muerte, como una aparición aterradora, lo miró directo a los ojos por segunda vez en su existencia.
- "¿Para qué hablas de mí si ya me conoces?"
- "Es sencillo". -Rafael tranquilamente le respondía mientras levantaba la vista de la inmensidad que lo cautivaba-. "Porque antes, estuve tan preocupado huyendo de ti, que es ahora cuando descubro que estaba vivo".
- "¿Acaso importa ya?" -preguntó una vez más La Muerte, antes de recoger sus sandalias y prepararse para seguir cumpliendo su interminable labor ancestral-.
- "Quizá" -replicó Rafael- "Quería saber cómo era tener algo, sin saberlo, y añorarlo, una vez perdido".
La Muerte se acomodaba en su forma y regresaba el eco que devolvía cada palabra.
- "¡Cómo quieras!" -murmuró perdiéndose en el camino-. "Sin embargo, tal vez no sea esta tú única oportunidad de estar vivo".
Pero Rafael no escuchaba; absorto como estaba en su pensamiento, retomaba sus ideas. ¿Habría ocurrido en realidad aquella conversación? Imposible precisarlo. Mientras tanto, él pasaba una tarde más, como cualquiera vivida en su existencia: ausente.
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¿Será acaso, porque son tan engreídos que creen que su ausencia en este mundo será una gran pérdida...? ¿O será porque son tan materialistas que les duele dejar sus pertenencias para que otros las disfruten?
- "¿Qué haces, Rafael?" -interrupción brusca del silencio. El eco regresa con cansancio las palabras-.
- "Escribo" -y siguió garabateando letras en el aire, como si nadie le estuviese hablando-.
- "¿Qué escribes con tanto interés?" -volvió a preguntar con sequedad la observadora y la brisa se replegó en dos frente a sus palabras. Estaba curiosa, aunque aparentase no importarle... en realidad, parecía que solo preguntaba para matar un par de segundos-.
Rafael no contestó. Casi ni se acordaba qué le consultaban, sin embargo, reaccionó como si un chispazo de claridad repentina le iluminara la vista tras años de ceguera. Su interlocutora se acercó con disimulo. Él apenas alzó su cabeza unos centímetros por encima del horizonte. La visitante caminó en círculos, rodeándolo mientras lo observaba, curiosa, silente, esperando.
- "Reflexiono sobre la vida. De su significado y de lo tontos que somos al preocuparnos por lo que pasará después" -respondió finalmente y siguió con sus ideas-. Le importaba poco aquella conversación.
- "¡Ja!" -y el rictus de la observadora dibujó emoción soberbia-. Rió con ironía.
- "¿Lo que vendrá después de qué, Rafael? ¿Del día, de la mañana, del cumpleaños de tu hijo? Lo que vendrá no existe."
- "No. Al contrario" -dijo contundente-, pero mantuvo el mismo tono despreocupado que había utilizado a lo largo de la charla. Respiró. "Lo que vendrá después de ti, amiga", y retomó su postura.
II
Y La Muerte, como una aparición aterradora, lo miró directo a los ojos por segunda vez en su existencia.
- "¿Para qué hablas de mí si ya me conoces?"
- "Es sencillo". -Rafael tranquilamente le respondía mientras levantaba la vista de la inmensidad que lo cautivaba-. "Porque antes, estuve tan preocupado huyendo de ti, que es ahora cuando descubro que estaba vivo".
- "¿Acaso importa ya?" -preguntó una vez más La Muerte, antes de recoger sus sandalias y prepararse para seguir cumpliendo su interminable labor ancestral-.
- "Quizá" -replicó Rafael- "Quería saber cómo era tener algo, sin saberlo, y añorarlo, una vez perdido".
La Muerte se acomodaba en su forma y regresaba el eco que devolvía cada palabra.
- "¡Cómo quieras!" -murmuró perdiéndose en el camino-. "Sin embargo, tal vez no sea esta tú única oportunidad de estar vivo".
Pero Rafael no escuchaba; absorto como estaba en su pensamiento, retomaba sus ideas. ¿Habría ocurrido en realidad aquella conversación? Imposible precisarlo. Mientras tanto, él pasaba una tarde más, como cualquiera vivida en su existencia: ausente.
Mureche.net, # 9, La Muerte.
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