domingo, marzo 25

De perros y amos: jugando en la tarde del domingo

... me di cuenta de que si bien la jardinería se me es esquiva los animales y yo nos conectamos. Al menos así me pasa con los perro, con quien parece que entenderme es "pan comido".

Tendría yo 4 años para ese entonces. Recuerdo que en casa teníamos un perro grande, creo que un doberman, llamado Amigo. Mi mamá dice que adoraba a ese can, que jugábamos mucho y él me cuidaba. Recuerdo que era negro. Tengo en la memoria una foto mía en pañales brazándolo y sé que murió de cáncer luego de mucho tiempo. Ese había sido el perro más importante de mi existencia y
quizá con el que compartí más tiempo.

De jovencita tuvimos algunos perros en casa/apartamento. Desde el insoportable Pequinéz, hasta un adorable Puddle-toy color champan de una amiga, que era una delicia. Siempre fueron temproadas cortas. Meses, quizá con suerte un par de años. Del resto, mi mamá siempre prohibió tener perros en la vivienda porque eran espacios reducidos y ellos, de lo más juguetones, terminaban volviendose/volviéndonos locos a todos.

Así que para cuando me volví grande ya la fiebre de los perros se me había quitado por completo. Incluso empecé a temerle a los grandes animales, esos que al llegar a casa de su dueño te ladran durísimo, te olfatean y embisten con ímpetu... a pesar de eso, siempre que me reconocían me trataban con familiaridad, cariñosos, y yo toda remilgosa muchas veces los evitaba. Toda segura de que no quería complicaciones me sentía feliz con Jesús compartiendo la misma creencia. Pero el tiempo nos jugó sucio.

Hace un año llegó Perrito a nuestras vidas y en una semana nos robó el corazón. Lo vimos en sus peores momentos, lo cuidamos, alimentamos con esmero, bucamos en Internet información de su raza, cuidados a prestarle, características y preguntamos a los amigos cómo resolver problemas como inapetencia o vómitos. Perrito mejoró. Se notaba animado, salíamos a caminar, jugábamos con un cachorrito de un vecino, le compramos accesorios y hasta pensamos en acomodarle una mejor espacio en casa. Pero todo terminó muy pronto y me quedé muy triste.


Ahora mi cuñada tiene un Bull Terrier muy juguetón y está muy a gusto conmigo. Yo, sin ser quien más tiempo comparte con él, soy como su favorita. No porque haga piruetas ni juegue mucho con él. Al contrario. Es porque desde que me conoce se ha enamorado de mi, al extremos de alcanzar el paroxismo de la felicidad cuando visito la casa de mi suegra el sábado. Es la locura. Una vez pasé 15 días sin visitarlos y cuando me olió venir empezó a ladrar, dar vueltas, gruñía, se me avalanzó, corretaba en círculos. Tal era su emoción que se ponía en dos patas y me correteaba. Me agaché para jugar con él y ni hablar. Me halaba por los pies, me lamía las manos, me rodeó y casi tumbó al piso, me mordía los brazos, jugando todo loco y feliz. Tuvieron que ayudarme a separarme de él unos instantes porque ni siquiera había podido saludar a la familia. Pasada la euforia se sentó junto a mi, y se quedó muy tranquilo a ms pies, gozoso mientras le hacía cariños y masajes por la panza.

Bruno -como se llama la mascota- me tomó cariño de solo verme. Hoy nos visitó a nuestra casita y de contento que estaba no paró de jugar. Correteó por todas partes, nos quedamos
disfrutando de la brisa mientras Jesús y su mamá hacían diligencias, lo regañé por atacar los tomates y por querer comerse unos cuantos. Cuando no quiso subir el terreno de regreso a la casa, tuve que salir a buscarlo e inmediatamente estaba corriendo detrás de mi para tratar de llegar primero. Jejeje, este apacible domingo ha sido un relax enorme. Solos los dos descansando en el piso, esperando a que llegue la gente; tranquilito dejándose acariciar y mirandome con ojos lastimeros cuando lo dejé en amarrado. Es increible el efecto de los animales en la vida de las personas. Yo creí que este relax canino no se repetiría después de Perrito, y por suerte me equivoqué.

Bruno ha llenado de alegría la casa de mis suegros y sin duda que ha impactado en todos nosotros. Acá en mi casa tengo un hueso para perros y un collar muy coqueto; así como un envase para que tome agua. Esas cosas no eran de él, sino de Perrito, un Baset Hound adorable que adoptamos durante una semana mágica pero quien -lamentablemente para nosotros- se regresó a sus dueños. Se me rompió el corazón ese día. Ya pasó más de un año, pero aun veo a los cachorros Baset y se me arruga el corazón de la ternura que me producen. Sin embargo, esa historia de Perrito es material para otro día.

1 comentario:

Lindisima dijo...

Que bueno que tengas buena química con los perros, yo también los adoro, hasta hace tres años tuve un cocker, ahora con mis dos pequeños el pensar tener otra mascota lo tengo pospuesta, ya que ellos son otro hijo más, un beso y feliz comienzo de semana.