... Como le decía, estuve despierto toda la noche. Fuimos a ver el flamenco en el Teresa Carreño y luego comimos en La Castellana. Fue una velada divina, como pocas: el cielo estaba despejado y desde la terraza del café la ciudad se veía cálida y se sentía transparente. Luego nos fuimos a mi apartamento y nos quedamos en el jacuzzi para tener más privacidad... usted sabe doctor, si bien la piscina del edificio está vacía la mayor parte del tiempo, no es muy agradable que un trasnochado vecino se asome a su terraza y lo vea a uno, pues, retozando en la desnudez de la noche. - Continúe por favor. - Pues bien, fue allí donde pasó. Ella se acercó a mí, como buscando una respuesta a su incomprensión, asustada más que maravillada de sus contrastes, de sus colinas y sus túneles, de sus claros y cubiertos caminos; y de esas puertas a la felicidad que reciben al buen buscador. No sé como pasó doctor. Solo sé que la amé. La recorrí completa, lentamente, con calma, con tiempo; cada altura alcanzada daba hacia un lado de la ciudad que no había visto antes. Cada curva que terminaba en un hueco no era lamentar perder el tren delantero, sino, entrar a un submundo desconocido. - ¿Y ella, cómo reaccionó? - Ella se portó como una diosa doctor. Me guió. Dejé que me paseara con los ojos cerrados. Hurgamos en su pasado y vimos la "elít" de los años 50 posando para una pareja de extranjeros que recrearon los mejores carnavales de la época. El flash nos cegaba, pero seguimos, no paramos. Era maravillosa ¿despreciaría alguno de sus encantos, el brillo de sus lugares, el peculiar aroma de sus locales?... doctor, ella me deslumbró. Nunca imaginé que conjugara también el placer con lo sagrado en una misma esquina, y lanzara los dados para ver en cuál nuevo palacio se agregaba la gente para escapar de sus demonios. Me dejó sin habla. Ella, ¿cómo le digo?... se desdobló. Sí... Por un momento estabamos en La Esmeralda vestidos con las mejores galas internacionales, rodeados de champan y caviar dorado, muy fashion, muy chic, y de repente, tan solo bajar doblando una calle, se trasmutó. Dejó que el latir de la calle calentara sus pies, sus piernas, su ser. Reía con su cabello alborotado, sudorosa, maligna, dominadora, salvaje. - ¿Le agredió? - Solo un poco... lo suficiente como para que la adrenalina estallara por todo mi sistema y la deseara más. Cuando me mostró el cuchillo solo pensé en darle todo lo que tenía, mi billetera, mi anillo, mi pulsera... ella se sirvió con mano fuerte pero temblorosa y me encantó. El filo de la hoja estaba muy frío, creí que si mi garganta dejaba escapar algún sonido la atravesaría en un segundo; pero pronto se perdió en la penumbra como había aparecido y nadie había visto nada. Nunca me sentí tan sofocado, tan agitado. - ¿Le detuviste entonces? - Jamás. ¿Cómo podría si me contagié de su energía y decidí tomar las riendas? La alcé en vilo, la saboreé, la escalé, la caminé completa. Arriba y abajo, dentro y fuera, la perseguí; la música nos aceleraba; el "beat" del techno penetraba en la sangre y salía por cada poro extasiado con el movimiento. Entramos y salimos muy rápido de muchos lugares, cruzábamos la calle y llegábamos a otro. ¡Viva el alcohol y la velocidad! No sé cómo, pero paramos en la playa. No recuerdo bien, pero mis ojos explotaban con mi agitación, mi corazón nunca bombeó tan fuerte como esa noche. Entre las olas, fui el amo y señor. Fue maravilloso. - ¿Volverá a verla? - Como todos los fines de semana, doctor. Espero que entienda que se ha vuelto como una droga. Quisiera tenerla siempre entre mis manos, atada a mis piernas... Este viernes pienso llevarla a la cima del Avila y allí con el frío y la vegetación le propondré matrimonio. - Uh... creo que es muy prematuro señor Almeida, el próximo miércoles hablaremos sobre esa idea del matrimonio. Por los momentos, aléjese de ella. Vaya esta semana al campo con el equipo. No obstante, pase lo que pase, este viernes no la busque, no la desee, ni siquiera la vea desde la distancia. Deje de verla, es por su salud. Recuerde, discutiremos su matrimonio el miércoles. Si se sientes caer, llámeme. El señor Almeida murmuró algo, asintió con la cabeza, sonrió. Se arregló la corbata, pasó su mano por la cabeza, corrigiendo algunos cabellos rebeldes y se fue pensando en ella, como siempre. La puerta se cerró. El psiquiatra arrancó su hoja de notas y la anexó al expediente. En él se leía: Caso 08238 | ||
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Actualidad, angustias, relatos, cotidianidad, viajes, pensamientos, lugares, anécdotas, relaciones, desahogos, comentarios, amistad, películas, vivencias, música, situaciones que me gustan. En general, siempre nos hace falta algo (o al menos eso creemos) como el oxígeno. Algo para hablar con los amigos :-)
lunes, septiembre 11
Locura caraqueña (¿Me dejará salir ahora doctor?)
Este es uno de los relatos que más me ha gustado de la época de Mureche, cuando estaba en la UCAB. Creo que esta fue mi primera lectura realizada en el taller de escritura donde conocí a Jesús; era como la presentación al grupo que ya había hecho un nivel con él y yo caía como de aparecida sin aviso y sin protesta.
Sé que tiene una falla de consistencia grande, aun así me gusta. :-) Mureche #13, Estamos de vuelta
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1 comentario:
lo que digo es: que tus llegadas tarde eran motivos de chalequeo y, dída a día, alimentas esos motivos...
jajajajajajajjajajajaja
j.
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