viernes, septiembre 1

El beisbol: tradición familiar de adoración y práctica

I

Había llegado por fin el gran día. Todo tenía que ser perfecto: el clima, la ropa, la comida, los asientos, la compañía.... ¡Sí! hoy es mi oportunidad de continuar la tradición familiar y estoy orgullosa por ello.
Rebeca
Caracas, agosto, 1995

II

- Uhm... parece que no tenemos mejores opciones que estas.
- ¡Pero si reservamos desde hace meses!. Ellos sabían que queríamos la primera fila detrás de la cueva.
- Sí pero no pudimos conseguirles esa ubicación señores. No pudimos.
- Tiene que haber otra manera. Haga algo, tiene un deber con nosotros: UNA RESPONSABILIDAD. No puede dejarnos así.

III

Si lo vuelvo a oír. Si alguien más lo vuelve a decir, creo que voy a estallar. ¡Estoy harto! ¿Podrían darme algo para dormir y despertarme cuando todo haya terminado?...o mejor, ¡¡¡VAYANSE TODOS A LA PORRRRAAA!!!

IV

“No soy un ser de otro planeta, Carlota, simplemente me molesta el beisbol. ¿Qué ciencia tiene correr de lado a lado para darle a una pelota? ¿o ensuciarse de grama por hacer una gran atajada? Qué tontería tan grande.
Caracas, octubre 1964

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Una a una ella fue pasando las páginas. Millones de motas de algodón parecían volar con cada movimiento de las hojas, años de polvo acumulados entre sus pliegues, con los bordes moldeados por las huellas de muchos dedos curiosos y juguetones que habían estado allí tantas veces antes. “La abuela era tan linda. Recuerdo cuando me llevó por primera vez al campo.. No hizo más que hablar todo el camino, reía, cantaba. ¡Estaba tan alegre!
- ¿Era linda mi abuela, verdad amor?
- Muy linda cielo.
- ¿Recuerdas cuando me regaló su colección de pelotas autografiadas? Jamás vi tantos nombres famosos juntos: “Este fue el primer pelotero negro de los Estados Unidos” -decía- “Esta que está escondidita me la autografió el gran Ted Williams cuando lo atendimos en la enfermería del stadium. ¡Ja! Hubieran visto su cara, entre adolorido y encantado: ¡Qué latinas tan osadas!” -recordaba- “Algún día tendrás esta: mi favorita, nuestro David Concepción en su 3er. vuelacercas en las mayores. ¡Que juegazo!”.
- Vamos cielo, debemos seguir con lo que vinimos a hacer.

Las gavetas de las casas viejas suelen tener un olor rancio peculiar que hace imposible olvidar su origen. La casa de la abuela no era la excepción. Cada cajón que abríamos tenía la neptalina adherida en sus lados, en los objetos, en las asas, en los respaldos. Y entre sus cosas, esas típicas bolsitas de clavos dulces para tener la ropa perfumada. Cosas de las abuelas, dicen... y dicen bien. La abuela Carlota era una gran fanática del beisbol y le traspasó el gusto por la pelota a Rebeca, tal como hicieron con ella sus abuelos: conocía las jugadas, recitaba los scores de los bateadores, descifraba las señas y maldecía a los "ompayers” (“ompayitas”, si se portaban bien). Era única, y le enseñó, antes que a caminar, a diferenciar una bola alta de una engañosa curva que termina al borde de la zona de strike sin que el bateador se entere, pero lo suficientemente contundente como para que no sea cantado bola.

Y bien, hicimos lo nuestro y dejamos la casa de la abuela con sus sonidos y sus risas escondidas tras la puerta del aseo, como cada sábado al mediodía después de del juego. Desde entonces conozco a Rebeca.

Ese día nuestra tarea era simple: recuperar las memorabilia de las estrellas del Hall de la Fama del beisbol nacional y de las grandes ligas, el álbum de recortes de periódico con las cifras descoyantes de las carreras exitosas de los peloteros favoritos del la abuela: Ted, Bob, Tony, Canseco....

- Lo tengo todo: solo dejo tres afiches. -continúo Rebeca- Están descoloridos.
- Está bien, cielo. Vámonos.

Y nos fuimos a casa de su hermanito. Esperábamos que nos cediera su cuarto para seguir la tradición: instalar el santuario beisbolístico familiar y añadir las estampitas, afiches, obsequios, camisas, guantes, gorras, etc., etc., que hubiésemos recolectado en nuestra experiencia cercana al deporte rey.

Todo esto en las horas previas al inicio de la temporada de beisbol profesional. Era nuestro turno. Había llegado su momento; ella debía seguir la tradición familiar, y yo la acompañaría. Rebeca tenía una energía y un ánimo que contagiaba, y me encontraba completamente emborrachado por esa aura.

En el “Gran Día” todo tenía que ser perfecto: el clima, la ropa, la comida, los asientos, la compañía.... una y otra vez exclamaba Rebeca: “Hoy es mi oportunidad de continuar la tradición familiar y estoy orgullosa por ello”. La percibía muy contenta, con una amplia sonrisa.

Carlos (su hermanito) no estaba en casa, ni en la oficina, ni en el celular, ni en el gimnasio, ni en la panadería... pero no dejamos que eso nos desalentara. Fuimos a casa de Oscar (su medio hermano) “él debe saber de estas cosas, lo importante que es la tradición, lo necesario que es el beisbol” comentaba ella mientras yo manejaba. Pero al llegar a su casa y exponerle nuestras intenciones como guardianes del tesoro beisbolístico familiar, él no estuvo de acuerdo con esa “imperiosa necesidad de conservar los rituales” que Rebeca sentía en sus venas; quizá por ser su medio hermano -pensó ella- las cosas no se sentían igual.

Nos fuimos. Nos fuimos rodando por las avenidas cargando cajones y bolsas porque el carro murió a medio camino. La lista de amigos fue corta al tratar de encontrar a alguien que nos cediera un espacio para instalar el "Santuario"... tal parece que tienen problemas con el beisbol. Tonterías.

- Tu casa estará bien -comentó Rebeca- estamos a ¿dos? cuadras, y si nos apuramos llegamos, armamos, limpiamos y salimos al estadio. Aprovechemos que el sol por fin se tapó un poco y apuremos el paso.
- Pero cielo, ... ey... ¡Espera! Yo tengo las bolsas, ¡No corras!...

Pérdida de tiempo; paré un taxi, la alcancé a medio camino y fuimos a mi apartamento. Trece pisos a pie, era día de reparación y ahorro de energía, dijo el #$%/@!°* conserje y sus carcajadas fueron el eco perfecto a nuestros pasos escaleras arriba.

- Listo. Quita aquí, mueve allá. Instalada la colección de pelotas... ¡Crash! Ups; ya tenemos espacio para poner las fotos de los famosos. ¡Verdad que sale muy linda la abuela junto a Davalillo!

Tres piezas de cerámica austríaca menos en la cómoda de la sala. Esta tradición empieza a molestarme un poco... pero ¡qué digo! Todo sea por el beisbol.

- ¡Vamos cielo, si quedó hasta confortable el rincón!, -le dije con energía, y traté de caminar entre los bates recién ubicados en el parquet- . Solo espero que el perro no se acerque mucho a las pelotas -comenté en voz baja para que no me escuchara-.

Cinco campanadas me sacaron de mis pensamientos: ¡REBECA! Va a empezar el partido. Apurate, vamos al estadio. ¡CORRE!...

- Uhm... parece que no tenemos mejores opciones que estas, cielo.
- Pero si reservamos desde hace meses. Ellos sabían que queríamos la primera fila detrás de la cueva.
- Si pero no pudimos conseguirles esa ubicación, señores. No pudímos, la tribuna se sobrevendió. Debieron comprar el boleto por toda la temporada, así aseguraban un área y...
- ¡Tiene que haber otra manera. Haga algo, tiene un deber con nosotros: UNA RESPONSABILIDAD. No puede dejarnos así!.
- Señores, si tiene algún problema por favor terminen de pasar o me veré en la obligación de sacarlos del estadio.
- No pasa nada #!@#$% solo.. “Solo queríamos NUESTROS asientos”, -interrumpió Rebeca y me jaló el brazo para entrar-.

¡Ah! Las gradas, un perrocalentero, el grito de la multitud bañada en cebada, el aroma de sudor encapsulado, ¡La gloria! El primer juego de la temporada... y nosotros sentados en el jardín derecho, ¿a quién se le ocurre?

Pasaban los innings y el juego comenzaba a parecerme fatal. Pero jugaron muy bien nuestros muchachos. ¡Todo sea por el deporte! Tras múltiples tropezones, codazos y empujones, pude entrar al baño en el 3er inning y seis cervezas, y salir al cierre del 5to y sin cartera.

Faltaba el gran finale: el jonrón con las bases llenas, era un clásico y yo tenía la cámara a mano para captar el momento... que llegó justo cuando me agaché a buscar un falso billete de dos mil empapado de ... prefiero no intentar adivinarlo.

- ¿Cada año fue así, Rebe? -le pregunté con dulzura-.
- Eh.. sí, sí... -balbuceó y siguió insultando al manisero que se llevaba su vicera-.

Tan convincente ella. Fuimos a extrainnings y yo solo quería salir de allí. Tenía cerveza empotrada en los poros de la espalda y mi vocabulario de malas palabras crecía con un repertorio de susto.

- ¿Te gustó el juego? ¡Verdad, que estuvo espectacular el error del pitcher en la 4ta... ah no, mejor la atrapada del tercera base en el octavo!. ¿La tomaste, verdad? (Rebe, no pensaba; transpiraba guantes, errores, sudores y dolores de los jugadores... y yo solo quería que ese día terminara).

Y terminó.

Siete años más tarde terminó con el último plato de mi colección de cerámicas austríacas, con la vidriera, la lámpara de la sala y el cuadro de Dorotea (una muy rara pieza impresionista que bauticé así por sus bellos matices y la ternura de la hilandera que presenta). Terminó también con mis sueños de asimilar sus tradiciones familiares para tratar juntos de implantar otras diferentes a mi familia.

- ¡Rebe, deja de pitchar en el corredor! Crashhhhhhh, ¡Trash!
- ¡Adiós Botero! REBECA, VETE CON TU HIJA AL ....

Si lo vuelvo a oír. Si alguien más lo vuelve a decir, creo que voy a estallar. ¡Estoy harto! ¡HARTO!: ODIO EL BEISBOL. Destruyó mis nervios, mi soltería, mi cuenta de ahorros y mi casa; y mi esposa se vuelve otra cuando ve esas bolas ir y venir entre bates y guantes, manoseadas por dedos pegostozos de saliva remasticada. Cada año es igual, ¡hasta la beba de cuatro años la imita! ¿Podrían darme algo para dormir y despertarme cuando todo haya terminado?...o mejor, ¡¡¡VAYANSE TODOS A LA PORRRRAAA!!!

Ahora entiendo lo que escribió el esposo de la abuela cuando la conoció y nunca lo borró del interior de la gorra de la serie del 64, aunque la abuela nunca le hablase a Rebeca de eso:

“No soy un ser de otro planeta, Carlota, simplemente me molesta el beisbol. ¿Qué ciencia tiene correr de lado a lado para darle a una pelota? ¿o ensuciarse de grama por hacer una gran atajada? Qué tontería tan grande”.

Andrés
Caracas, octubre 1964

cualquier día y por siempre, Yo
Caracas, 2003



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