jueves, septiembre 7

Tenemos una curiosa casa

Siempre me he declarado fan de Caracas. Es una locura de ciudad, llena de huecos, hendijas, altos y baches que aturde la vista y embriaga a los neófitos en sus predios. Es cierto que cada día parece más invivible, que cada día se hace más inhóspita y que cada día hay más restricciones para pasearla como solíamos hacer hace 1 semana, 5 meses y ni hablar de 10 años... sabiendo eso, igual me gusta.

Es una especie de amistad que he desarrollado con este ambiente hostil, agresivo, estridente, pero también, cálido, colorido, autóctono, inesperado, rico, sazonado, oloroso y cambiante. Es cierto. Para mí es casi insoportable no poder ver el Avila en las mañanas. Básicamente porque ese es el momento cuando salgo de casa a hacer "la vida" cotidiana. He vivido sin verlo en varias ocasiones. De pequeña cuando no tenía mucha idea de casi nada de mi entorno más allá de mis paredes familiares, escolares y hogareñas. Del resto siempre lo he tenido como referencia de la ciudad. Entre los libros las imágenes de la ciudad vieja, de prepúber cuando hablábamos de fantasmas, ovnis, extraños ritos y fantasías volcánicas que tenían sede en la montaña, en las noches el Humbolt brillando con sobriedad aunque le pongan luces azules y fucsias en medio de alguna fiesta neo-algo muy in; cuando lo subía cada fin de semana.
Pero Caracas para mi es más que el Ávila. He vivido en ciudades pequeñas tipo pueblo del interior del país, he vivido meses en ciudades gringas muy primer mundo mágicas, placenteras y maravillosas; me he aproximado al día a día de urbes como Chicago y a caos humanos como México D.F., he interactuado con capitales caribeñas de tamaños y orígenes distintos, y aun así, regresar a Caracas, cada una de esas veces, y cada vez, es algo tan relajante para mí. Siempre que he tenido que salir me siento agradada al entrar a oscuras rodeada del pesebre eterno e inacabable de esta ciudad.

Es una locura. Lo sé. ¿cómo vivir sin las panaderías portuguesas típicas donde los adornos todavía dicen Papa amigo Venezuela está contigo?, ¿cómo obviar que en plena cola de Plaza Venezuela luego de un día eterno, a las 5:30 pm con motorizados anárquicos y aire sin A/A, pasan las guacamayas cruzando veloces y libres el cielo haciendo la mayor algarabía posible?, ¿donde conseguir que en un conjunto residencial embosquecido, donde sus habitantes han hecho un ecosistema particular entre 6 torres (creo que son 6) y muchos árboles, hayan cuidado celosamente a una banda de monos capuchinos, guacharacas y otras especies de la fauna, y se interpongan con los funcionarios de imparques, porque son los animalitos de SanSussi, emblemas de esa comunidad? ¿cómo vivir con las cuadras donde tienes edificios gigantes modernos y agresivos, y en planta baja al panita pregonero regalándote un diario gratis mientras llega tu supervisor atareado en una mototaxi sin casco, porque tuvo que solucionar un imprevisto? Esta ciudad regala espacios plácidos aun en la plaza Bolívar teñida de rojo, pancartas y basura.
Solo caminar unos pasos entre las aceras cercanas al Capitolio, recrearse la vista al menos 5 minutos con la arquitectura o entrar al Museo Sacro para un café silencioso y aromático? Muchos de estos contrastes seguro que se consiguen en infinidad de ciudades grandes medianas, más o menos caóticas u ordenadas, pero acá sin duda me suena a casa, me suena a bonito y como quiera que sea me suena a Caracas. Es así.

1 comentario:

Jesús Nieves Montero dijo...

Siempre hay algo de magia en esa geografía en la cual pasamos un tiempo más extenso de nuestras vidas, porque lo meramente material se mezcla con lo sensible, entonces se tiene una ciudad particular... o tal vez varias ciudades, regidas por la memoria, la piel y las empresas o azares...

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j.