Es Navidad, y la esperanza es lo que siempre me acompaña. Eso me trajo a la mente este cuentito que escribí hace unos años, y que siempre me hace sentir bien: la esperanza está, y seguirá siempre.
Un beso a a todos!!
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La Luz en el Arbolito
Cuando la familia empieza a crecer, uno empieza a buscar respuestas en el baúl de los recuerdos -ese que se guarda en el hipotálamo-, respuestas a las preguntas que uno hacia de pequeño, y en esa búsqueda también se empieza a recordar cómo éramos cuando niños. Hace un par de noches mi sobrino me puso en esa situación: “¿Y por qué le ponemos luces al árbol de navidad? ¿Si se las quitamos -me dijo- las podemos poner en mi almohada?” Con esas preguntas empezó mi búsqueda.
Cuenta la leyenda que hace cientos de años -cuando cambiaba el planeta sus ropas- cayó una noche muy larga y profunda que trajo angustias a los habitantes de una tranquila aldea. Ellos creían que los dioses se habían molestado y la ausencia de la luz era el castigo por alguna falta, por eso, intentaron buscar remedios para tanta penumbra, mientras que sus corazones y vidas poco a poco se iban enfriando. Sin diferencia entre claridad y oscuridad, los días eran largos y descontrolados, la vida se hizo insípida. Sólo los niños parecían distraerse con sus juegos.
Una noche -¿o sería durante un día?- el pequeño Yleón perdió el rastro de la aldea jugando al escondite. Solo y en la oscuridad, sintió mucho miedo. El cielo y el horizonte se unían y probablemente nadie podría hallarlo. Resguardado bajo un árbol, deseó con todas sus fuerzas una señal que lo guiara a casa y prometió no separarse más nunca de su familia si la volvía ver.
En sus sueños vio un millón de luces girando a su alrededor: grandes, pequeñas, brillantes y hermosas. A cada paso que daba una nueva luz germinaba desde el suelo como una flor y se posaba en la rama de un árbol, una tras otra, hasta que se iluminó una gran hilera de pinos. Esta hilera lo guiaba a casa.
Cuando divisó su aldea, Yleón se detuvo para ver sobre su hombro. Tras de sí había una estela luminosa y frente a él las sombras de un pueblo. Caminó hacia el poblado como un dios iluminado al que nadie vio. Todos dormían. Sigiloso anduvo entre las casas buscando la suya, sin éxito. A su paso, dejaba en cada árbol de cada casa una luz para mostrar el camino de vuelta. Sin saberlo, poco a poco iluminó todo el paisaje.
Nadie entendió lo que había pasado -¿importaba acaso?-. Por primera vez en meses se distinguía el cielo de la tierra: la luz había vuelo y con ella regresó la calma al corazón de los aldeanos.
Sin embargo, de Yleón nada se supo. Un viejo cazador que dice haber encontrado su cuerpecito como dormido, ya sin vida, bajo un árbol, lo vio desvanecerse para transformándose en una luz muy intensa. Dice que tomó sus brillantes restos del suelo y los lanzó al aire, pero la luz se posó en el tope del pino más alto de la aldea, donde brilló con intensidad. Algunos creen que Yleón deseó tan fuertemente regresar a casa que los dioses lo llevaron a su casa celestial y dejaron luces de recuerdo para que no lo extrañaran.
Yo no sé si la historia es cierta, pero cada año cuando la larga noche se acerca, una luz muy brillante se posa en el tope del pino más alto de la aldea. Parece un acto de magia, y así nunca está totalmente oscuro. Desde entonces se celebra la Fiesta de las Luces (a la que algunos llaman la Noche Buena), se cena en familia, se abren regalos y se iluminan todos los árboles en señal de esperanza y buenaventura.
Como dije, no sé si la historia es cierta, pero recuerdo que una vez alguien me dijo que “si le quitamos la luz al árbol, Yleón no podrá encontrar el camino de regreso a casa”. Eso sería terrible. Desde que Yleón volvió, las noches de navidad son las más tranquilas y las luces en el cielo brillan con más intensidad.
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Mureche #18, Año 2002, Edición Navideña 2002
3 comentarios:
Muy, muy lindo Martis,
Slds
Hola niña gracias gracias. A veces me inspiro, jejeje.
Besos!
muy lindo el relato
muy bello
saludos
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