martes, octubre 3

Música de compañía.

Mano en el tobillo. El movimiento es complejo aunque marcado en tiempo de 1-2, 1-2, 1-2-3. Una hebra de su cabello roza la piel de la pantorrilla ¿lo castiga o lo seduce? Su piel se moja.

La superficie de Camila es suave como una esfera de metal recién pulida, menos fría que el mármol, con más textura sin duda, sin hundimientos, fuerte y húmeda. Ella se sabe dueña de su forma y te palpa, se siente, te suda, se viste con las respiraciones que van marcándose en su vidrio mientras ella solo oye un saxo en su cabeza. Tú la miras.

De pronto sube con un movimiento largo y se desliza, sus dedos están en el borde de la pantimedia a punto de suicidar el suspiro medio estructurado del mirón de turno. Tú la supones.

Ella retoma su tempo grácil. Una hembra rebelde se desenrolla junto con ella en un movimiento acompasado, desdoblés a desdoblés cada poro se funde con la fibra de ropa que la descubre, se ocultan para tratar de respirar a través, adhiriéndose hasta formar una sola superficie poro-piel-fibra-tela-aire-mano. Camila sigue cabalgando en tus latidos. De pronto abres los ojos y no está.

La cortina que separa la función del día se corre y penetras la tela buscando sus ojos, ¡qué importa! Sabes la melodía. Dedos ágiles que se deslizan alternando blancas y negras mientras su pierna izquierda llega a la cima y el cuello se expone al próximo ataque, inocente, provocador, indefenso. Ella tranquila en acorde a cuatro manos se mete en tus vellos. Tú la liberas.

Te apresura la corneta del “capataz” y deslizas la Amex por el mismo carril donde se ha estado moviendo 5, 15, 20 horas atrás, días atrás, notas atrás. La función sigue. Tendida sumisa sobre su dorso, aguarda a que sigas su mano hasta la entrepierna. El saxo aumenta, no sabe que estás, nunca lo sabe pero igual te espera. Un dedo se escabulle de la vista y como inspirada hace una U invertida con tu espalda, desliza su liguero, abre los ojos y succiona esa gota de sudor que llegó al vidrio; cierra las piernas y te respira bífida, coralina, peligrosa.

Hoy eres el último. En su cabeza Coltrane exhala la nota final; su sonrisa oculta unos labios prestos para morder pero sus ojos inocentes indican el camino de vuelta a casa. La sigues con la mirada y apagas el metrónomo, 1-2, 1-2, 1-2-3. Un inusual beso se despega del metal pulido, cruza el vidrio y se evapora. Hoy casi. Camila.

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