Entre las cosas que nos diferencian de los animales destaca nuestra capacidad de reír, odiar, razonar, soñar. Dejando de lado algunas cosas, soñar me parece una cualidad maravillosa. Admito que soy una soñadora de oficio o como dirían las abuelas (y algunos de mis maestros de primaria) soy una “boca-abierta”, por abstraerme de la realidad y concentrarme en mis asuntos soñando despierta... sin embargo, soñar despierta ha sido una manera de construir mi vida.
De pequeña quería ser profesora y aunque mis padres me convencieron de que esa no era la profesión más adecuada para alguien como yo, de joven tuve la gran oportunidad de dar clases en un colegio durante dos años seguidos. ¿La verdad? mis padres fueron muy visionarios... De adolescente decidí que lo mío era la publicidad, por aquello de la creatividad, y la vida me enseñó que mi camino iba por las comunicaciones desde otra perspectiva... menos creatividad y más practicidad.
De adulta quise viajar, conocer gente y lugares variados. Todo lo que he podido hacer con creces. Todas estas ideas surgieron en momentos cuando se suponía que debía estar enfocada estudiando o haciendo cosas más productivas... soñar ha sido un ejercicio bastante productivo para mí.
Quien lea esto dirá que es el colmo, que una mujer hecha y derecha siga con esas boberías de soñar despierta, pero yo sigo soñando. Mi vida perdería sabor si dejara de hacerlo. Muchas de mis bendiciones han sido sueños vueltos realidad, y aunque algunos de mis sueños no se han cumplido todavía, estoy segura de que me queda mucho por soñar.
Solo dentro de mi ser, queda un sueño sin cumplir, que me tiene desconsolada: ¿cuándo inventarán una varita mágica poderosa, para poder arreglar mi cuarto sin esfuerzo?
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Mureche, edición # 19, Los Sueños. Año 2003
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